Por: Andrea Ocampo Cea.
Dále de beber, abónalo en tu pecho
desnúdalo sobre el huerto y hazlo crecer.
desnúdalo sobre el huerto y hazlo crecer.
Juan Luis Guerra y los 440, Reforéstame.
Si hay algo imposible de calcular en la escritura de Javier Norambuena, es la velocidad con la que su motor sin frenos atraviesa montajes y desmontajes linguisticos. Toda escena de “Humedales” posee batería y aceleración renovada, y es allí donde debemos estacionar las páginas de este libro y olvidar -en ellas- toda noción geográfica acerca del circular. Pues, el entramado de esta escritura aparece como la condición de todo decir. Condición también, para que el autobús prometa hospedaje simbólico en medio de disparos luminosos y sombras prófugas al ojo. Allí radica su riesgo. Pero simulemos ¿De que riesgo hablamos?
El nombre en 3D, es el nuevo paisaje del autobús. Un nombre que, además de inaugurar un tiempo porvenir (”el norte traerá letras” o “repliegues que vendrán“) sitúa dirección y contiguidad epocal, en la que todo nombre es y será lejos desde ese aislamiento, en la que ese instante -en que el todo rayo de música cae- vuelca sombras incandescentes sobre las bocas-paredes. Hablamos, entonces de un registro audiovisual inaugurado por la posibilidad de quebrar superficies. Éstas, pueden llamarse pliegues, interrupciones, pústulas o madre con cuchillo. Más, la línea interrumpida cruza y tarja la memoria de un decir ineludible. Decir que ahonda en las licencias de un acarreo, justo en medio de este pasaje que cerca silencios y pájaros sin tripas.
Puntualmente, entre las “antenas de nubes” y el “cielo de grúas” se abre el espacio donde la forma se repliega, donde el quiebre sintomático de toda poética nueva, resuelve instancias y mercadeos históricos. Y es, en ese sentido, que podemos revelar la uña nómade como figura que prefigura la lengua, que digitaliza humedades, que contrasta tábulas razas y que hace -del trozo- un decálogo de fuerza. La “cicatriz de herida cocida” será también, la línea electromagnética aisalada en plástico que abre fibras ópticas al interior de nuestros tabiques: en medio del vacío de nuestras estructuras simbólicas. La escritura consciente de luz artificial, luego, se deshiela en medio de reforestaciones electropop. Es decir, la escritura despierta en medio de esta nube de lápiz de carbón y rezplandece al negarse a ejercer un nombre. Refulge al consignar que toda promesa nominal esconde una hiperdictadura, capaz de acabar con todo proyecto literario.
Es por eso que, mediante este trazo -que es apuesta- todo temblor de la palabra podrá convertirse en corniza, balcón de vértebras, jugarreta infantil y dientes sucios. El temblor de la jugarreta es, asi mismo, la posibilidad de toda herida, de toda piel sellada en esos vacios que hacen decir. Luego, es en aquel entretecho donde podremos reubicar las sombras de la poética de Javier Norambuena, poética que opera como pelos cortados -vueltos pincel- que avista banderas y casas desde un puente (a veces de Harajuku), donde toda forma prefigura lenguas.
Multiplicación de formas, entonces, para derivar sentidos, para implosionar tildes, para explorar horizontes de lecturas, siempre (y) todas disonantes en sus descalcificaciones. Es, en ese sentido, que todo trabajo de fosilización pierde espesor frente a estas tonalidades gramaticales, que son, en todo caso, un ejercicio apto para ojos desnucados, para tulipanes decapitados, más no, para transhumancias institucionales. Posterior a toda estrategía política-administrativa, el nombre prometido se niega a llegar luego de los dos puntos. El nombre que es, viene a Hotel América. El nombre que aparece es el del cielo de grúas, el registrado por ojos sin párpados capaces de desoyar cascabeles en cada horizonte de sentido: capaces de escribir en espacios extraños, sin subfijos espaciales ni sónicos.
El nombre con un tiempo. El nombre que transita. El nombre en el espacio. Coreografía high tech entorno a la intemperie que habla y que nunca se singulariza en tanto aparataje retórico. Lo que aparece. Nombre como aguacero que indeleblemente hospeda la carne, que auspicia germinales soles que acaecen en bosques y que se niegan al trabajo enciclopédico del miedo ortográfico. Abrir mares, pronto, para desollejar las uñas, para aprender a reesstablecer caos, para aparecer en las flemas rapadas de los puentes policromáticos que se abren en labios adormecidos, en los relatos acallados. Cito: “Calla como se anuncia la sangre sin la muerte” aparece como el reflejo de toda sigla inútil, de todo signo imposible de travestirse en dato; es decir, la sangre machada por sábanas blancas, aparecen como tempo, como bamboneo de un animal sin tránsito y como flema que mira la intermitencia del ritmo. Cascabeles de indeterminaciones que no alcanzarán a nombrar, que no pueden deber nombre, que giran sobre ascensores, mesas y vaso.
El autobús de “Humedales” es innombrable. El nombre ha sido cosido a una pieza; pieza abierta de tres lados sólidos, más uno fugado. Limbo contaminado por el gémido, único vestigio del tránsito subterráneo durante el temblor del vientre. En Hotel América las cuatro paredes tienen escritos, más sólo en uno hay relato. Sólo un lado es agenciado por la multiplicidad infinita de micropartículas hidrogeneizadas de la boca emohecida y autorial. La ciudadela de Hotel América, por tanto, no es consignable a autoridad alguna. El tempo, ha sido mutilado en todo rectángulo. Sólo nos queda el rectángulo con alerta, en medio de la bifurcación de un viaje musical: sólo nos queda el paisaje de la torre, el país de la tercera imagen y la escalera muda desde donde ascendemos a los rincones de la rodilla. La fuga del cuadrado, en este sentido, ha establecido lo que en “Útil de cuerpo” se inauguró: el nombre de corrido. Figura ploteada bajo las secuelas de una maquinaria incapaz de repetir vocales sobre el pelaje de las ventanas y los sucesos. Hoy, en “Humedales” la poética de la sucesión reacondiciona las imágenes y las desfonda de todo anuncio, para vertirlo en un Hotel América incapaz de enlistar nombre(s) o recepción(es). Si digo Hotel, luego hablo América, siempre irregularmente; ya que porfín sabemos que los hoteles sin recepción y los metrónomos, son las únicos sostenutos1 que nos hospedan.
(1) Sostenuto: Marcador emotivo de connotación temporal-sostenido; que sin embargo, implica el descuido del tempo. Es decir, vale como marca descuidada, como atropello espacial desde lo sónico (y al revés incluso).
Comentarios
SALUDOS JOSE, A VER CUANDO "CASCAMOS HUESOS" CON ALGUNAS MARIAS...