Las primeras noticias que tuvimos del poeta Santos Morales Aroní fueron a inicios de 2010, cuando junto a otros espíritus tumultuosos decidieron incursionar en la poesía para intentar comprender y decir su mundo. Por entonces, los dulces vocablos andinos asomaban tímidos, pero ya proyectaban una imagen sobre la propuesta que trabajaría, con los años, nuestro joven escritor. La Antología de la nueva poesía iqueña, Arawiy (Lustra editores, 2011), cobijaría sus textos sentenciosos sobre corderitos desobedientes y campesinas danzarinas.
Cuatro años después, en Flor de lluvia (Paracaídas editores, 2015), su primer poemario, aquellos tímidos vocablos andinos terminarían arremetiendo en una propuesta mucho más sólida: lo suyo era el canto, la nostalgia y el sentir del mundo andino. El libro, para quienes no lo conocen, terminaba con una escena conmovedora: una madre despertaba a su hijo engrandecido para que dejase de lado los placeres del sueño y se sumerja, alegre, en las ilusiones del mundo: «Despertad mi wawacha, chubasco danzarín, / corderito extraviado, villano apócrifo. / ¡Vamos!, dejad ya de dormir, / el jilguero te aguarda en la puerta / para cantarte un huayno azul con arpa y violín». No sé si Santos sería el personaje de aquel poema. Lo cierto es que el yo poético despertaba y, junto a él, nuestro interés y entusiasmo también.
Luego vendría su inclusión y reconocimiento en el libro antológico Poetas en la arena (Biblioteca Abraham Valdelomar, 2017) y, un año después, Urancancha [EP] (Pbc ediciones, 2018). En 2019 incursionaría en el relato breve con Bajo la lluvia, publicado por Cascahuesos editores, donde confirmaría, en prosa y en verso, su apego por el inagotable tema de la sierra peruana.
Esta breve introducción me resulta necesaria para evaluar la propuesta del universo poético y prosístico del autor. Y es que, como se puede apreciar, lo suyo es el campo deleitoso y todas las manifestaciones que florecen en ese espacio y tiempo. Esto constituye, al menos para Ica, un aporte, ya que pocos han sido los llamados a poetizar el mundo andino a pesar de la cercanía. Quizá solo Adolfo Peschiera, en Chincha, o Alberto Benavides Ganoza o Martín Horta, en Ica, han logrado acercarse a este universo, pero siempre con las distancias y limitaciones que preceden de la experiencia ocasional. Necesitábamos la voz del migrante auténtico para articularlo al nuevo rostro de la ciudad costera. Necesitábamos una voz que narrara los felices discursos que nos expanden, pero también los lamentos que dejan estos flujos migratorios en los soledosos pueblos del Ande. Santos Morales ha llenado ese vacío. Y cumple con informarnos cabalmente todo ello.
Quienes recuerden el poema «A nuestro Padre Creador Túpac Amaru», de José María Arguedas, habrán advertido los siguientes versos: «Estoy en Lima, en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos wiraqochas. / En la Pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi sangre, cantando, edifiqué una casa. / El río de mi pueblo, su sombra, su gran cruz de madera, las yerbas y arbustos que florecen, rodeándolo, están, / están palpitando dentro de esa casa». Pues bien, Santos Morales, al igual que el yo poético arguediano, ha llegado a la ciudad, a Ica, y ha traído consigo no solo su voz e idiosincrasia, sino la reciedumbre y elegancia de sus múltiples lenguajes. A través de un breve recorrido de casi cien páginas, el autor nos permite viajar y deslumbrarnos con sus escenarios y personajes. Empresa difícil, ciertamente, cuando se intenta retratar y sintetizar los motivos de un pueblo.
En realidad, las palabras nunca alcanzan. Sin embargo, gracias a Santos Morales Aroní, conocemos Urankancha. Y este es otro de los atributos que quisiera rescatar de su obra: la de relievar la impronta de un pueblo y compartirla con los demás. Atrás quedan nuestros traumas, nuestros yoes. Mejor es el coro y, mucho más fructífera, la voz de la tradición popular. Todo ello me sabe a compromiso. Y al igual que Arguedas con Puquio o Gregorio Martínez con Coyungo o Gálvez Ronceros con Chincha, Santos Morales visibiliza Urankancha y la remarca en el mapa.
Muchos son los temas que roza el autor en el libro: la familia, el linaje, el amor, el nacimiento, las aventuras y desventuras migratorias. Yo quisiera abordar, aunque someramente, esto último porque considero que es uno de los temas más importantes del libro. La sierra, como sabemos, ha sido cantada múltiples veces y con solvente profundidad y holgura. El mismo Santos se ha permitido el deslumbre.
Así que quisiera, más bien, detenerme en algunos otros versos de «Urankancha»:
La soledad cruje en tus huesos Urankancha. Les brotaron plumas a tus hijos, aprendieron a volar y se fueron en parvadas.
En la lengua del sol han construido sus nidos de ladrillo y fierros.
En tus casas vetustas pero solariegas, un cardumen de murmullos aúlla.
En tus patios se escucharon las risas de tus wawas, el gorjeo del arpa, ahora, el viento y el polvo conversan como un par de forasteros.
Tus paredes de adobe roídas por la ventisca son esqueletos llorando la ausencia de las manos que la edificaron.
La soledad maúlla en tus entrañas Urankancha.
Todo aquí sabe a polvo y desolación. Y esto no es un dato menor: es el resultado de un flujo migratorio que no cesa. Todo ello lo he vivido y palpado en mis once años de sierra: pueblos fantasmas con casas encadenadas y aldabas que apenas si las toca el viento, pueblos sin jóvenes, de solo niños en etapa escolar, con profesores que escapan cada fin de semana a sus guaridas costeras, ancianos que esperan, apesadumbrados, el llamado y compasión de sus hijos para alzar su último vuelo... Aquí se difumina la idea de nación. Y, realmente, pocos quieren abordarla.
Llegan de Huamanga, Lima, Ica, bailan, se embriagan, contaminan tu cuerpo a escupitajos.
Luego se van como hijos pródigos.
Sumida en tu soledad, escuchas el tañer melancólico de tu campana, que anuncia que te queda un hijo menos de los que te amaron.
Esa misma preocupación se la percibí al narrador y poeta huancavelicano Antonio Muñoz Monge en su relato Nos estamos quedando solos. En Santos Morales pude palparla una vez más. Y es que los pueblos del Ande, efectivamente, se van quedando solos. No hablo de la pequeña ciudad que es más bien concurrida. Hablo del pueblo profundo donde es cada vez más difícil la dinámica social. Y en el poco bullicio que a veces queda, sus pobladores se ocupan de la nostalgia de mejores días. Arrojados a la gran ciudad, van en busca del progreso y modernidad que a los pueblos no llega. Todo es tiempo detenido. Ilustrativo si quisiéramos conocer nuestros orígenes inmediatos. Pero en medio de ese silencio nace también el cuestionamiento:
Dime tú, niño agrario, ¿Quiénes emigrar a la ciudad y andar de ambulante, quebrarte la osamenta en los fundos, escaldar las posaderas en las oficinas o buscar justicia en los juzgados?
(«Niño agrario»)
De allí puedo decir que se deriva otro gran tema: la rabia y los pesares de la experiencia migratoria.
Nos dijimos:
Basta que yo labré la «pobreza», mis hijos tienen que «educarse».
«Vengan hermanos, esta es la ciudad de los milagros, en cada esquina el pan perfuma».
Al menos eso nos hicieron creer y le creímos con nuestra inocencia de garúa.
Por eso ahora estamos aquí, con la renta ahorcándonos, atados de lengua y corazón.
(«Abril 2020»)
No sé hasta qué punto todo esto es poético. Particularmente, no puedo concebir la poesía si esta no me devela o confronta con la realidad. Pienso que en ese acercamiento existe tanta o mucha mayor belleza que la que ofrece el que simplemente canta. Poemas de solo descripciones hay muchos. ¿Y quién no se ha solazado con el verdor de sus valles, el misterio de sus punas, la efervescencia de sus fiestas? Todo ello es real. Pero ello es solo una parte de esta sierra.
Quiero incidir, para concluir, en que este es un libro importante para Ica en la medida que poetiza un aspecto de urgencia sociológica. Tema que ha sido abordado con solvencia por la narrativa en otras latitudes y que apenas cuenta para quienes desean vivir subyugados bajo el candor de los pueblos serranos. Es obvio que hay muchos más temas, no menos importantes, en el libro de Santos: el linaje familiar, los misterios de la naturaleza, la experiencia lúdica, incluso la forja de un nuevo ayllu, sobre todo ahora que ejerce la paternidad con Clementina, su hacendosa e inteligente compañera. Yo he querido detenerme simplemente en un asunto que siempre llamó mi atención y que hoy puedo compartir con ustedes a fin de promover el diálogo. Cada uno de ustedes, al leer el libro, podrá aferrarse a una idea y sentir los diversos matices que proveen los cerros y las gentes de Urankancha. No todo es padecimiento ni tristeza. También está la alegría, el jolgorio y la fiesta. Muestra de ello son los músicos que hoy nos acompañan.
La poesía es un objeto abierto y majestuoso: en ella son posibles múltiples interpretaciones y alegorías. Hoy, gracias a Santos y a esta nueva experiencia lectora, solo he querido compartir la mía.
Víctor Salazar Yerén
Chincha Alta, 23 de julio de 2022
Texto leído en la presentación del poemario Urankancha, de Santos Morales Aroní, en la explanada del Museo Regional de Ica. Acompañaron en la mesa de honor el poeta Helmut Jerí Pabón, quien tuvo a su cargo el comentario del texto y, William Siguas, en su calidad de editor de Ícata. Ica, 23 de julio de 2022.
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